Hacer turismo y no la guerra es uno de los grandes logros del siglo XX y que, afortunadamente, hemos heredado en el XXI. Que una familia inglesa se hinche de langostinos frente al cabo Trafalgar riendo y charlando con una familia española, o que un marine norteamericano se marche con su novia de vacaciones a Hanoi, es algo que debería reconfortarme, ya que me considero civilizado y pacífico. Sin embargo… esta maldición que me ha caído en forma de fantasma que pulula sin piedad por mi mente…, esta torturante duda sobre todo lo que mi comunidad consiente y da por válido… No sé si me explico…
-Superyó, ¿me puedes explicar qué es el turismo? ¿En qué horno se cuece, con qué herramientas se fabrica? ¿Qué maestros lo enseñan?
-Para todo eso hay respuesta, Milli. Cuando estuve hace tres años en Florencia y visité la iglesia de San…
-¡Eso sería un viaje, Superyó, no es lo mismo…! Subirse a un caballo, o una máquina de esas que vuelan, y largarse a otro sitio es una necesidad. Siempre lo hemos hecho, incluso los que ya no estamos en este mundo de vivos idiotas. No es lo mismo. Dime: ¿qué es el turismo?
-Pues… ganar dinero enseñando lo que tengo a los viajeros.
-Me aburres, hombre civilizado. Depender de los gustos de los extranjeros es regalar tu suerte a la voluntad de quien no te conoce. Más valdría coger el arado, el martillo, la hoz, el barro, la red de pescar, la honda, la escopeta, el cayado de pastorear…
-No voy a escuchar nada más de ti sobre ese tema. Menos mal que estás muerto. Si no, tendría que decirte que eres un mal patriota.
-Mal patriota pero con los ojos abiertos.
(FOTO: Pepe Roca).
Francisco Martínez Navarro 